El diario El Mundo Economía y Negocios,
publicó el artículo “El extraordinario poder de los por qué”,
escrito por Angelo Burgazzi, fundador y director de Accede –
Espacio de Emprendimiento y de la organización DBAccess.
El
extraordinario poder de los por qué
Angelo Burgazzi
Del emprendedor solemos percibir sus
respuestas. Nos maravillamos entonces de nuevos dispositivos
tecnológicos que se anticipan a nuestros deseos, de redes
sociales que cambian la forma en que conversamos o de un Sistema de
Orquestas que transforma en música la pobreza de nuestros cerros. Sin
embargo, cada producto o servicio que agrega valor existe porque un
emprendedor se hizo desde el comienzo preguntas sobre –por ejemplo– el
tiempo, la “otredad” y la superación.
En nuestra cultura –que favorece la
autoridad y es resistente al cambio– hacerse preguntas puede ser
incómodo, incluso transgresor.
Todo comienza en la infancia.
Seguramente has escuchado a un niño de tres años preguntándose por qué:
¿Por qué el cielo es azul? ¿Por qué el hielo es frío?… Entonces el
adulto, fácilmente cansado ante ese constante ir y venir, dice: “¡Tu sí
preguntas! ¡Deja de preguntar tanto!”; haciendo entender que no está tan
bien “curiosear”.
El que ha tenido la suerte de estar
cerca de un niño sabe que vienen dotados de altísimas dosis de
curiosidad. El niño no suele requerir de estímulos para
preguntar. La curiosidad, podríamos decir, es un componente originario
del ánimo humano. Si dejáramos, si pusiéramos de lado, nuestro empeño en
apagar esa enorme sed de saber, esa llama interior que mueve a un niño a
preguntar todo el tiempo acerca de todo, estaríamos haciendo un enorme
favor, una invalorable contribución, a la humanidad.
Fíjense por qué: De los por
qué surgirán los emprendimientos –de negocio, sociales, culturales,
políticos– que llevarán al planeta a alcanzar el bienestar que deseamos.
Quienes sentimos en nuestros hijos
una renovada esperanza, tenemos hoy una gran oportunidad de aportar algo
más a la rueda de la vida, dándole a las preguntas de un niño la
importancia que tienen.
Daniel, de tres años, está en plena
ebullición de los por qué. ¿Por qué el barco flota? ¿Por qué se
hizo de noche? ¿Por qué hay que ir al colegio? Es retador, e incluso
divertido, explicarle en sus términos un concepto de física o de
ergonomía. El juego se hace más fácil cuando comprendemos que no siempre
tenemos que tener una respuesta. Basta con un genuino “¡Qué
interesante!” o con un retador “¿Qué piensas tú?” para validar su
inquietud. O invitar a Samuel –que tiene ocho años– a proponer una
respuesta, o a investigar juntos. Lo esencial es que reciba un mensaje
contundente: está bien hacerse preguntas y conversar con otros sobre
ellas. Está bien sentir curiosidad, querer saber cómo funcionan las
cosas. ¡Está bien preguntarse a cada
rato “por qué”!
Tenemos otro reto importante y está
en la escuela. Allí también, lamentablemente, la curiosidad suele ser
desestimulada. La era industrial determinó la educación que
nosotros conocimos y que continúa impartiéndose a la mayoría. Su
objetivo principal sigue siendo el de generar personas “empleables” para
ocupar puestos de trabajo tradicionales. La entrega de información es
la mayor premisa; alfabetización ofrecida en un proceso idéntico para
todos, proceso “homogeneizado”, que promueve y celebra la “normalidad”,
en el que el factor principal para agrupar a los niños es la edad, donde
cada individuo tiene pocas posibilidades de hacer florecer “sus por
qué”.
Hoy, en plena era digital, cuando toda la información está disponible
en Wikipedia o en una búsqueda en Google, deja de tener sentido –a manera de ejemplo– que un examen
consista en probar conocimientos sobre una enciclopedia escolar.
Es mucho más relevante que el niño desarrolle la capacidad de
preguntarse cosas para él importantes y que en base a ellas se anime a
crear.
Los países que entiendan esto más
rápido, probablemente tendrán más emprendedores –creando nuevos
productos y servicios o reinventando los ya existentes– y menos
empleados que esperan a que alguien les diga cuándo y cómo actuar.
Más pronto que tarde la escuela se
acoplará a la era digital. Se transformará, dejando atrás el
modelo de “fábrica de empleados”, para pasar a formar a los ciudadanos
de la era del conocimiento, ciudadanos que nunca dejan de crecer y de
aprender, que viven inmersos en la cultura del autodesarrollo. Algunos
participaremos menos, otros más en esos cambios. Mientras tanto los
padres, hermanos, abuelos o tíos que tenemos la fortuna de estar cerca
de un niño de tres años, podemos comenzar a motivarlo para que nunca
abandone sus poderosos por qué. Y en esa interacción, curiosamente,
muchos reaprenderemos a preguntarnos nuevamente por qué.
La próxima vez que un niño te haga
una pregunta, recuerda que quizás ante ti esté un futuro emprendedor. Si
conoces la respuesta, respóndele. Si no la conoces, búscala con él. En
todo caso, estimula su curiosidad. Quizás en ese niño está la respuesta,
una de las respuestas, que el mundo tanto necesita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario