martes, 25 de febrero de 2014

Esther sintió algo que nunca antes había sentido: un tiro

Fotografía de Roberto Mata. Esther sintió algo que nunca antes había sentido: un tiro. La bala entró y salió por la pierna sin tocar hueso, vena o arteria... 


#12F Esther sintió algo que nunca había sentido: un tiro; por Roberto Mata


Por Roberto Mata, fotógrafo venezolano
Esther sintió algo que nunca antes había sentido: un tiro.
La bala entró y salió por la pierna sin tocar hueso, vena o arteria, aunque muy cerca de la femoral, como todos los cuentos de quienes sobreviven. Una bala aparentemente 9 mm., es decir: un arma corta.
Esther nunca entendió por qué le habían disparado a ella. No vio quién lo hizo ni desde dónde. Lo que sí sintió fue vergüenza. Venezolanos disparando contra venezolanos. No sintió miedo. La ayudaron unas personas de ésas por la que todavía cree en el país. La protegieron en un edificio, la hicieron ver por un médico, la cuidaron y la escoltaron hasta un taxi en la Av. Bolívar.
“¿Cómo le aviso a mi papá?”, se preguntó.
El papá de Esther vive exilado en EE.UU. desde 2003. Hugo Chávez lo despidió por televisión en abril de 2002. Era Gerente de Planificación y Control de Finanzas de PDVSA. El abuelo de Esther fue vigilante de PDVSA en aquel “país bonito, país de las oportunidades”
La casa rosada de Esther está detenida en 2003, Vive sola con su hermana en la calle que hasta hace muy poco era la más peligrosa de Las Palmas. El Volkswagen Gol tiene un caucho espichado, no tiene batería ni retrovisor, lleva un año esperando por un repuesto que probablemente nunca llegará. La otra casa de Esther, la de la infancia, la de la playa, le tocó vaciarla el domingo. La vendieron.
El domingo: desprenderse de los recuerdos. El miércoles: un tiro.
— Morir en una marcha es parte de nuestra realidad, de nuestro día a día. Salir de tu casa y morir es cotidiano. No me voy de Venezuela, aunque tengo todo para hacerlo. Soy ciudadana norteamericana, soy parte del problema y parte de la solución.
— ¿Qué te duele Esther?
— Me duele el miedo que todos tenemos, el miedo que viene desde lo invisible.
Esther demora en llegar hasta abrir la puerta, tanto de bienvenida como de despedida. Cojea. Le duele la pierna. Sabe que la tiene morada pero no le gusta vérsela. Le da grima. “Me preocupa que hoy es el día de los enamorados y que olvidemos lo que debemos hacer”.

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