Si Gustavo Dudamel representa, dentro de la dirección orquestal, el vigor que necesitaba la música académica para volver a conectarse no sólo con grandes audiencias, sino con el público joven que quizás la consideraba un objeto de museo; el también larense Diego Matheuz encarna la elegancia a la hora de armonizar los sonidos que emanan de los instrumentos de los casi 200 músicos de la Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, de gira por varias ciudades de Italia.
No se trata de hacer comparaciones entre ambos directores. "Cada uno tiene su estilo", dice uno de los violinistas de la Simón Bolívar, cuando el periodista logra sacarlo de la concentración que le exige su iPhone. Ciertamente, el hecho de que Dudamel le cediera a Matheuz la batuta de los conciertos del último periplo internacional que le queda a la agrupación sinfónica por este año, abre una oportunidad de excepción para entender que la dirección orquestal es también una cuestión de acento, de tono, de impulso que sale de un maestro para transformar la misma partitura en una experiencia sonora única e irrepetible.
El sábado pasado Matheuz dirigió el primero de sus conciertos en el tour italiano que hasta el 3 de diciembre realizará la Simón Bolívar. Se efectuó en el Auditorio Giovanni Agnelli del Lingotto, en Turín, una sala que si bien no tiene la historia del Teatro Alla Scala de Milán ni la acústica perfecta del Auditorio Parco della Musica de la Academia Nacional Santa Cecilia, de Roma, volvió a congregar a un público heterogéneo, desde eruditos y críticos de música, hasta personas que para horror de los primeros aún aplauden entre movimiento y movimiento, y hasta transforman la acostumbrada solemnidad de un recital clásico en una fiesta. Por fortuna.
El programa abrió con la Suite Nº 2 de la sinfonía coreográfica de Maurice Ravel, Daphnis & Chloe, compuesta especialmente para los ballets rusos de Sergéi Diaghilev y que narra los amores de un cabrero y una pastora. Es una pieza llena de erotismo que Matheuz desarrolló con delicadeza y con un dominio absoluto en cuanto al manejo armónico de las entradas de las diferentes secciones de la orquesta. El resultado fue una ejecución que invitó a imaginarse una historia entre sugerente y misteriosa.
Siguió el poema sinfónico de Evencio Castellanos, Santa Cruz de Pacairigua, pieza que fue muy aplaudida durante el concierto de Turín, sobre todo por su impactante mezcla de ritmos autóctonos venezolanos y expresiones musicales de carácter religioso.
La Sinfónica Simón Bolívar interpretó la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz, pieza de un dramatismo impresionante que describe los sueños, pasiones y desesperanzas de un músico que intenta acabar con su vida consumiendo opio, pero cuyos delirios lo llevan a encontrarse una y otra vez con su amada. La pieza fue dirigida por Matheuz con tal seguridad, que hasta se permitió en un momento de la presentación darle la espalda a sus músicos para mirar al público que estaba detrás de él sin que nada se alterara. No en balde, el propio maestro Claudio Abbado ha descrito a Matheuz como uno de los grandes directores contemporáneos.
La fuerza del destino de Giuseppe Verdi y el Mambo de Leonard Bernstein complacieron con más música a un público que abandonó la sala de conciertos turinense satisfecho con lo que vio y, sobre todo, con lo que escuchó.
TRAYECTORIANo se trata de hacer comparaciones entre ambos directores. "Cada uno tiene su estilo", dice uno de los violinistas de la Simón Bolívar, cuando el periodista logra sacarlo de la concentración que le exige su iPhone. Ciertamente, el hecho de que Dudamel le cediera a Matheuz la batuta de los conciertos del último periplo internacional que le queda a la agrupación sinfónica por este año, abre una oportunidad de excepción para entender que la dirección orquestal es también una cuestión de acento, de tono, de impulso que sale de un maestro para transformar la misma partitura en una experiencia sonora única e irrepetible.
El sábado pasado Matheuz dirigió el primero de sus conciertos en el tour italiano que hasta el 3 de diciembre realizará la Simón Bolívar. Se efectuó en el Auditorio Giovanni Agnelli del Lingotto, en Turín, una sala que si bien no tiene la historia del Teatro Alla Scala de Milán ni la acústica perfecta del Auditorio Parco della Musica de la Academia Nacional Santa Cecilia, de Roma, volvió a congregar a un público heterogéneo, desde eruditos y críticos de música, hasta personas que para horror de los primeros aún aplauden entre movimiento y movimiento, y hasta transforman la acostumbrada solemnidad de un recital clásico en una fiesta. Por fortuna.
El programa abrió con la Suite Nº 2 de la sinfonía coreográfica de Maurice Ravel, Daphnis & Chloe, compuesta especialmente para los ballets rusos de Sergéi Diaghilev y que narra los amores de un cabrero y una pastora. Es una pieza llena de erotismo que Matheuz desarrolló con delicadeza y con un dominio absoluto en cuanto al manejo armónico de las entradas de las diferentes secciones de la orquesta. El resultado fue una ejecución que invitó a imaginarse una historia entre sugerente y misteriosa.
Siguió el poema sinfónico de Evencio Castellanos, Santa Cruz de Pacairigua, pieza que fue muy aplaudida durante el concierto de Turín, sobre todo por su impactante mezcla de ritmos autóctonos venezolanos y expresiones musicales de carácter religioso.
La Sinfónica Simón Bolívar interpretó la Sinfonía fantástica de Héctor Berlioz, pieza de un dramatismo impresionante que describe los sueños, pasiones y desesperanzas de un músico que intenta acabar con su vida consumiendo opio, pero cuyos delirios lo llevan a encontrarse una y otra vez con su amada. La pieza fue dirigida por Matheuz con tal seguridad, que hasta se permitió en un momento de la presentación darle la espalda a sus músicos para mirar al público que estaba detrás de él sin que nada se alterara. No en balde, el propio maestro Claudio Abbado ha descrito a Matheuz como uno de los grandes directores contemporáneos.
La fuerza del destino de Giuseppe Verdi y el Mambo de Leonard Bernstein complacieron con más música a un público que abandonó la sala de conciertos turinense satisfecho con lo que vio y, sobre todo, con lo que escuchó.
JUAN ANTONIO GONZÁLEZ TURÍN
Publicado en El Nacional
.Diego Matheuz comenzó sus estudios como director de orquesta en 2005 bajo la tutela del Maestro José Antonio Abreu, que ha sido su principal inspiración. También se ha desempeñado como director asistente de Gustavo Dudamel con la Sinfónica de la Juventud Venezolana Simón Bolívar en algunas de sus giras más recientes.
En octubre de 2008 dirigió a la Orquesta Mozart de Claudio Abbado, en Bolonia, Italia, y un año después, el maestro Abbado lo nombra como su principal director invitado, cargo que desempeña actualmente.
En 2008 trabajó con Pinchas Zukerman y la Orquesta Nacional de las Artes de Canadá en Ottawa. En febrero de 2010 asistió a Gustavo Dudamel con la Filarmónica de Los Angeles, llegando a dirigir dicha orquesta en una serie de conciertos educativos.
Link: Barquisimetano
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